Cultura y educación
(parte 2 de 2)


Cultura tampoco es educación, educación en el sentido formal. No garantiza nada el que existan más colegios, más acceso a la cultura, más derecho a la cultura. Me imagino una sociedad donde todos nuestros niños tienen acceso al colegio, y la veo tan inculta como la actual. Evidentemente la educación contribuye a la cultura, pero no es identificable con ella.

También se dice que la cultura es opuesta a la economía, al libre mercado, al sistema. Como si fueran enemigos.Cuando la verdad es que marchan bastante de la mano. Los países con riqueza material tienen más posibilidades de despilfarrar en estas cosas que sirven tan poco en el plano material. Tampoco podemos ver a la economía ni a la televisión como enemigas de la cultura.

¿Qué es la cultura? Pues el conjunto de artefactos, de objetos producidos por el hombre que son compartidos por un grupo de personas. Por lo tanto, es una cosa muy amplia. Hay un cierto aire de familia que pone en contacto al habitante de Combarbalá con el habitante de Cobquecura. No tiene por qué haber algo común, algo puntual. Puede que los habitantes de estas localidades sean muy distintos. Sin embargo, hay una cadena de elementos compartidos que identifican una especie de familia. Veo la cultura constituída por capas, capas de elementos comunes. Estos elementos comunes parten con la biología. Hay muchas cosas que todos tenemos en común, que son suficientes para comunicarnos y que son totalmente biológicas, genéticas, que obedecen a las leyes de la física. Cualquier hombre, de cualquier cultura puede comunicarse con cualquier mujer de equis cultura diferente en una isla desierta. Antes de la puesta de sol ya van a estar intercambiando experiencias, sin que uno sepa siquiera como se dice "amor" en la lengua del otro. Hay un primer flujo que se produce sin necesidad de nada.

Pero encima de esta cosa biológica que tenemos todos en común, está el lenguaje, el idioma, las lenguas. Este es el elemento más importante de toda cultura. Ezra Pound decía que la patria de un poeta es su lengua. Eso es lo que está debajo de todas estas discusiones sobre la cultura. Encima del lenguaje están todos los elementos de culturas locales. Y el adorno final, la guinda de la torta, son Mozart, Dostoievski... Son la coronación, lo que pasa a formar parte del patrimonio de la humanidad.

Este conjunto cultural, todo esto que constituye este gran aire de familia que es la cultura, esto que conecta a unos con otros, evoluciona lentamente y con mucha inercia. Los educadores, por ejemplo, suelen quejarse de la dificultad de hacer cambios. Cualquiera que quiera hacer cambios se encuentra con la inercia. Esa inercia no es más que la tradición. ¿Porqué voy a cambiar de ciudad, si estoy bien donde estoy? ¿Porqué voy a cambiar de lenguaje si estoy bien con el que tengo? ¿Porqué voy a dejar de escribir la hache, si la he escrito toda la vida? Me mantengo aferrado a un montón de cosas que no tienen ninguna utilidad práctica: la hache, la ka, la elle. Absurdo. Nos aferramos a ellas porque en su momento ya nos las tragamos.

Y esa inercia, que parece una manifestación reaccionaria, opuesta al cambio, a la innovación, la verdad es que nos garantiza muchas cosas. Primero, constitye la tradición y el perfil de un pueblo. Y luego, esa lentitud es la que permite que un abuelo pueda comunicarse con su nieto. Si las cosas fluyeran mucho más rápidamente, a la velocidad de la innovación, ese abuelo no podría comunicarse con su nieto, no habría nada que comunicarse. Gracias a esa lentitud, las diferencias que hay entre un abuelo y su nieto se limitan a la palabra botica, a la palabra biógrafo, tres o cuatro detalles muy fáciles de superar. También hace posible que un ingeniero electrónico ruso se comunique con un médico chileno. Esa posibilidad de comunicación depende para su supervivencia de una cierta inercia que llamamos –desde un punto de vista positivo– tradición y desde el punto de vista negativo: reacción. La verdad es que es necesaria. Sería poco sabio aceptar todo cambio y toda innovación. En otras palabras, hacerle caso permanente a la vanguardia sería un piquero seguro al despeñadero. Hay una tensión entre tradición e innovación que es importante conservar.

Ahora, de acuerdo con esta definición tan amplia de cultura todo parece ser cultura. ¿Significa que estas visiones postmodernas en que el Pato Donald sale a tomarse un café con Nietzsche son válidas? No, pues. ¿Qué es lo que no es cultura, entonces? Digamos que casi todo no es cultura. Cuesta mucho que algo se transforme en cultura. Una imagen, un traje, no son parte de la cultura. Un repuesto abandonado a la orilla del camino no es cultura. Salvo que le pasen cosas a ese repuesto, que alguien lo mire, que alguien haga algo con él. Más aún, imaginemos un flautista solo, en una cabaña del bosque, componiendo una melodía bella. Ese tipo no está haciendo cultura. Puede ser una creación, con suerte una creación bella, pero todavía no es cultura. Esa cuestión va a ser cultura cuando el tipo salga de la cabaña, se instale en la plaza y toque allí. En ese momento comienza un proceso que transforma en cultura a esa melodía. Un tipo escucha al flautista en la plaza y se aleja silbando la melodía... Ahí empieza la cosa, desde el momento en que esa melodía comienza a ser compartida; en que se convierte en un elemento común que permite que dos personas conversen sin conocerse, porque a los dos les gusta la melodía tal del cantante cual, eso es cultura. Cultura es un conocimiento común. La cultura tiene inevitablemente esta propiedad social; sin sociedad, no hay cultura. Y los elementos son culturales sólo en la medida en que son compartidos por las personas. De lo contrario son sólo elementos, cosas, objetos. Artefactos sí, pero no artefactos culturales.

Respecto a la educación es bien poco lo que puedo decir. Pero creo que la relación entre cultura y educación es peligrosa. El peligro reside en la institucionalización. Hemos llegado a creer que la cultura es una cosa que vive, que está cómoda, se aloja y prolifera en las universidades y los colegios. Ese sería su lugar, su habitat natural. Cuando la mayoría de las cosas esenciales –aquí está la paradoja– que se enseñan en la universidad no fueron creadas por personas que estaban allí, si no por grandes científicos y artistas en general externos a ellas. El contenido de la universidad no se crea en la universidad.

¿Porqué es peligroso creer que la cultura es un producto que corresponde a la universidad? ¿Porqué no dejamos a las universidades creerse el cuento y listo? Porque resulta que los recursos de un país empiezan a terminar en la olla sin fondo que son estas instituciones. Porque se producen identificaciones de valores con parámetros. Eso es peligrosísimo. Cuando se le entrega a un tomador de decisiones un parámetro como medición de un valor, queda la escoba, se produce una distorsión total. Si el puntaje de la Prueba de Aptitud representa el valor de la capacidad de estudiar y de tener éxito de una persona, se producen distorsiones. Cuando se produce la identificación de naturaleza con área verde, y transformamos la naturaleza en área verde, se produce una distorsión; porque el área verde es una cosa utilitaria que se mide por la capacidad de transformción de dióxido de carbono en oxígeno. Se generan peligrosas distorsiones cuando confundimos la seguridad con el número de policías por habitante, cuando confundimos a las personas con los recursos humanos, cuando confundimos los sueños con "proyectos de vida", la biografía con el currículum, cuando confundimos –la peor de todas– felicidad con calidad de vida. Del mismo modo, es peligroso confundir cultura con universidad.


anterior | 1 | 2 | siguiente

   
     
 
1   2


1.- Flautista, por Antoine Plamondon.
2.- Violinista ciego, por Ben Shahn. Arkansas 1935.