¿Por qué se viaja? (parte 2 de 3)

 

 

Montañistas y vendedores viajeros

Y ahora sí preguntémonos porqué se viaja. Preguntémosle a aquellos que viajan. No cualquier viajero sirve, un exiliado sólo responderá “viajo porque me obligan”. Tampoco servirá de mucho preguntarle a un nómada. Ellos se mueven porque se acabó el pasto y se va a morir el ganado. Son aves migratorias, su viaje es impulsado por las fuerzas naturales.

Volvámonos hacia otro viajero. Ese que se pierde en la multitud que desembarca en Nueva York, el emigrante. ¿Sabrá él responder esta pregunta? No. El emigrante es el exiliado sin perseguidor. Bajo el aspecto de un hombre movido por la determinación, el emigrante es también un nómada, también él es gobernado por las fuerzas de la naturaleza. Mira con ansias por la ventanilla del barco ¿le dará esta nueva patria lo que la suya no le dio? Ni el emigrante, entonces, ni el nómada, ni el exiliado. Volvámonos a los que viajan, pudiendo no viajar…

Como Roberto Aguilar, que vende helados en Calama y sus alrededores… Hay miles en Chile, recorren el país con un muestrario, porque su pueblo no tiene suficientes clientes. Existe todo un rango de vendedores viajeros. Desde Aguilar, que viaja sólo, hasta Frei, que se desplaza con una comitiva de vendedores de peinetas, kiwis, zapatos, cobre refinado, software. Interrogados, todos ellos responderán lo mismo: “viajo para vender peinetas, porque en la plaza de mi pueblo no vendo suficientes”.

¿Y el deportista? ¿Qué responde el deportista? ¿Porqué Jordán insiste tres veces con el Everest? ¿Porqué Purto pone en marcha toda esa empresa deportiva y publicitaria que llamó La Ruta Lógica para llegar también al Everest? ¿Porqué cuando luego de una lucha de años, ambos llegan a esa misma cumbre, Jordán media hora antes que Purto, no se dirigen la palabra? ¿Porqué en el libro de Jordán no se menciona a Purto ni en el de Purto a Jordán? Porque aquí no se busca la experiencia mística que insinúa Purto, ni la relación sana con la naturaleza, que pregonan los boy scouts de la Católica. Aquí estamos frente a una lucha a muerte. Scott contra Amudsen. El deportista busca ganar. Ganarle al otro, ganarle al reloj o ganarse a sí mismo. La voluptuosidad de la victoria.

Y así hay una constelación de viajeros en los que se confunden las causas: el explorador, en el que se mezclan el vendedor viajero con el deportista. El conquistador, (un caso especial de descubridor)… el científico, el turista…

¿Pero qué impulso hace al hombre dejar la comodidad de lo cotidiano y partir? El que vende peinetas por los caminos se las podría haber arreglado para vivir sin salir de su pueblo, muchos lo hacen. El montañista podría haber batido récords en los cientos de paredes no escaladas de Chile. El científico sabe que hay tanto que descubrir en una gota de agua de su jardín como en una especie exótica ¿Porqué zarpa? ¿Y porqué parte el turista a recorrer museos, a ver pintores que nunca ha amado?

 

Poetas, monjes y niños

El poeta Rilke ofrece una posible respuesta en su Relato del Corneta Cristóbal Rilke. Parten dos jóvenes nobles a las cruzadas, atraviesan ciénagas, tierras peligrosas, sufren hambre, enfermedad, frío. Uno de ellos le muestra al otro un retrato de la mujer que ama y que lo espera. Su compañero le pregunta…

– Pero tu tienes un castillo, tierras, un pueblo que te quiere y una amante que te espera ¿porqué te alejas, porqué corres peligros y te internas en tierra de infieles? – Para regresar.

Entonces, según Rilke, se viaja para regresar. ¿Pero adónde se regresa?

Regresamos a la patria. ¿Y qué es la patria?

La patria es la lengua. El poeta Ezra Pound fue exiliado de varios países. “Al final, la única patria de un poeta es su lengua”, concluyó. Nuestra lengua es el único paisaje en que nos sentimos realmente cómodos.

Escuché la historia de un ciego que recorría cada tarde el camino de regreso a casa, jamás equivocaba la ruta. Se guiaba por un rastro de perfumes, de jardín en jardín. De la misma manera, creo que llegado el momento, podríamos regresar a casa desde cualquier país, con los ojos vendados, ciegos, simplemente aguzando el oído y buscando la lengua que nunca olvidaremos. Cuando añoramos nuestra lengua, no es el castellano lo que echamos de menos, sino nuestro castellano. Vendados, encontraríamos el camino desde Estambul a Madrid, siguiendo la lengua. Oyendo ciertas groserías, ciertas frases, cruzaríamos sin dudarlo el Atlántico. Prestando atención, buscando los nombres de frutas y peces que sólo existen en América. Y luego siguiendo un cierto canto, un acento, una inflexión, llegaríamos a nuestra propia ciudad. Encontraríamos nuestro barrio con los ojos vendados, porque no se habla igual en todos los barrios. Y escuchando con más atención, volveríamos a nuestra propia casa, atraídos esta vez por la voz inconfundible y única de nuestro hijo y sus palabras únicas e inconfundibles. Apretaríamos nuestro rostro vendado contra su pecho y escucharíamos –ahora más allá de sus palabras– las palabras de su propio corazón desbocado, primitivo y sin palabras. Y acaso ahora, a través del corazón de nuestro hijo, no estaríamos escuchando el de nuestra madre, el primer sonido que escuchamos y que tuvo algún significado: el lub-dub lub-dub, que llenaba el útero oscuro y que significaba: TODO.

Ahí tenemos una razón para viajar: volver. A la patria o a la lengua.

 

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1- Joseph Koudelka
2- Vendedor de helados camino a Calama, c. 1980
3- Inmigrantes por Robert Capa
4- Kazimierz Nowak en Africa, c. 1935.
5- Rainer Maria Rilke
6- Ezra Pound