Blaise Cendrars se arroja sobre los rieles
(parte 2 de 2)
Noreste Nº 1, noviembre 1985, esta versión corregida apareció en Noreste Nº 28, diciembre 1990.

 

A la historia inmemorial del viaje, nuestro siglo aporta el viaje veloz. El viaje evoca muchas cosas, pero sobre todo parece rimar con el peligro. La historia está surcada de naves, de viajeros que van al mar. Pero el descubridor es un personaje de Occidente. De Europa zarpan los barcos, desde allí se colorean los mapas. Los chinos milenarios se dejan descubrir, también el negro y el indio. Y esto no es cuestión de puntos de vista, ¡nunca llegó el viajero maya a las cortes visigodas! Y si el europeo se deslumbró con los papagayos y las esmeraldas ¡qué hubiese hecho el hindú frente a las catedrales que se elevaban en las plazas! Por eso que nos sorprende aquella embajada de chinos que desembarca en Venecia una mañana y pregunta por el Papa, vienen de parte del Gran Khan, invitados por Marco Polo. Apenas si figura el episodio en los libros de historia, porque eso no es historia, eso es un disparate, un viaje contra la corriente, un atentado contra el destino de los pueblos. El viaje es asunto europeo.

***

Cada cierto tiempo Cendrars se detenía, y sumergido en oscuras bibliotecas, reconstruía la vida de hombres: la de Sutter, pionero de California, multimillonario que se arruinó cuando se descubrió el oro en sus tierras. La de Jean Galmot, rey mundial del ron, detenido y acusado por Francia, Cendrars asiste todos los días al juicio y asume su defensa poética, así escribe Ron. Intento dramático de un desesperado por salvar a otro. Como las moléculas de una solución, los mejores hombres se atraen para formar el gran cristal de la vida peligrosa.
Tradujo las memorias de Al Jennings, un out-law, asaltante de trenes, condenado a cadena perpetua, que fué indultado por Roosevelt cuando ya era viejo, y que trató de trabajar en Hollywood como asesor para películas del oeste. Cendrars lo encontró, olvidado ya, en un hotel de California. Los dos magníficos conversadores; a Jennings se le volvieron a encender los ojos, vio extenderse en esa pieza las llanuras del oeste. Bebieron y se despidieron emocionados. Cendrars se retiraba al día siguiente, camino al barco que lo conduciría a Europa, cuando se topó en la escalera con Jennings que subía. Traía en la mano una vieja arma. "Tome Cendrars, se la regalo, es la pistola que siempre… bueno, usted sabe". Cendrars la aceptó. "Gracias –continuó Jennings–, muchas gracias, habré conocido dos grandes tipos en mi vida, O'Henry y usted". Se arrojaron uno en brazos del otro.
Era la segunda vez que un asesino regalaba a Cendrars su arma en testimonio de amistad, la primera vez fué un presidiario en el Brasil.
Habitantes de las fronteras, arriesgados. Su biografía es una gran carcajada en el rostro de la muerte, un solo trazo de humor negro, la insolencia destilada, una gran parábola trazada en el abismo. Así dice el slogan que corona los ministerios: "Disparen sobre el desesperado".


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1- Grand Prix 1913, J-H Lartigue.
2- Johan August Sutter (1803-1880), daguerrotipo c. 1850.
3- Jean Galmot (1879-1928)
4- Al Jennings, Leavenworth Penitentiary, 1902