Historia de la puntuación y la lectura (parte 2 de 6) Apuntes para una clase del Diploma de Tipografía en la Universidad Católica, 2002.
Este libro como partitura será la metáfora cultural en occidente, reemplazando a la metáfora anterior: la palabra dictada por la musa. El libro como partitura será la forma de la lectura hasta el siglo XII, cuando Algunas inscripciones y textos griegos y romanos presentan una forma primitiva de separación de palabras, el interpunctus, un punto insertado a media altura entre palabras. Pero este artilugio sólo se utilizaba con fines didácticos o en algunas inscripciones públicas [7]. Se entendía que el lector cultivado no requería de tales ayudas. Contra lo que diría el sentido común, la primera puntuación en aparecer no fué la separación de palabras, sino la separación de ideas: el párrafo. Tempranamente se utilizaron elementos de diagramación para separar una idea completa de la siguiente. La forma estándar utilizada por los copistas era la literae notabiliores (letra destacada), consistente en comenzar cada nueva idea (paragraphos o capitulum), en una nueva línea, con la primera letra de la línea destacada a un tamaño mayor y colgando fuera del margen izquierdo [8]. A veces es el propio lector quién agrega con su mano el signopara indicar el inicio de una nueva idea, facilitando su posterior lectura. En el siglo I DC los lectores agregan otros signos al marcar sus libros, con el simplex ductus separan términos, indican pausas o marcan el fin de una idea. Como alternativa autilizan a veces. Para indicar pausas breves usan una tilde fina y larga. Durante toda la antiguedad y hasta el siglo IV, es el lector el responsable de la puntuación de un texto, no el autor ni el copista. Así, la puntuación es una interpretación. Es además una interpretación para el discurso. El modelo cívico es el orador y buena parte de la educación está dirigida a esta habilidad. La retórica –arte y técnica del discurso– entrena la habilidad de leer, orientándola al discurso. Para imaginar la experiencia de la lectura en esta época no hay que olvidar que el texto existe para ser leído en voz alta, no hay otra forma de leer. La lectura silenciosa a la que hemos sido entrenados desde niños no existe en la antiguedad griega y romana y si bien hay evidencia indirecta pero sólida de que la lectura silenciosa se practicaba en esta época (algo más en Grecia que en Roma), esto no pasa de ser un hecho marginal y anecdótico, tal vez comparable hoy a la lectura veloz. Es conocida la sorpresa de San Agustín cuando conoce a San Ambrosio [9]: no puede creer que este pudiese leer sin emitir sonido ni La lectura en voz alta se preparaba. La familiaridad del lector con su cultura le permitía descifrar el texto continuo, resolver sus ambiguedades gramaticales y proponer un ritmo para su lectura, lo que hacía marcando de puño y letra su copia del libro con pequeñas indicaciones discursivas. Al ver un texto en scriptura continua, como el de la figura [8], su lectura parece una tarea imposible, pero un pequeño ejercicio nos permite acotar su verdadera dificultad. Liberando el texto del “ruido” y traspasándolo a una tipografía familiar, conservando únicamente su estructura [10], podemos enfrentarnos al mismo como lo habría hecho un lector del s V. Aún así, no hablamos latín, de manera que deberemos hacer una segunda transformación, llevando ahora el texto a nuestra lengua [11]. Esto nos revela que la lectura en scriptura continua no presenta una dificultad técnica tan grande como parecía al comienzo, a condición de cumplir con cierto requisito cultural: familiaridad con la lengua y el contenido (en este caso un trozo del evangelio de Juan). Se explica así que haya tomado tanto tiempo la invención de la separación de palabras. Para completar el paisaje mental de un hombre culto de la antiguedad, hay que recordar que su entrenamiento incluía el manejo de la memoria. Griegos y romanos llegaron a desarrollar técnicas muy sofisticadas, generalmente basadas en la construcción de un “palacio mental”, poblado de “hitos”, objetos y habitaciones a los que –en preparación para un discurso o debate público– el orador “amarraba” frases, trozos de obras clásicas, o sentencias, no para ser reproducidas literalmente, sino para echar mano de ellas cuando la ocasión lo requiriera. Esta asignación simple de un trozo de texto a un objeto, es prácticamente la única que permite un texto continuo, como el utilizado en la época. Estas técnicas caerán en desuso y serán luego redescubiertas parcialmente en la edad media, recobrando buena parte de su sofisticación en el s XII, aunque as radicales innovaciones en el formato del libro que ocurrirían en eas fechas le harán desaparecer para siempre. La práctica de este arte aún verá esporádicas reapariciones en siglos posteriores [12]. |
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