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Historia de la puntuación y la lectura (parte 6 de 6) Apuntes para una clase del Diploma de Tipografía en la Universidad Católica, 2002.
Como hemos reiterado, se leía en voz alta y los lectores de los monasterios practicaban una “lectura rumiante”: pronunciando, memorizando y regurgitando cada frase hasta extraer de ella su sentido. Las bibliotecas estaban lejos de ser un lugar silencioso. Pero leer en voz alta era sólo uno de los aspectos físicos de la lectura monástica. Los libros eran muy voluminosos; la primera biblia de un solo tomo se consiguió recién el siglo XIII y pesaba 6 kilos. La práctica de la lectura suponía una corporalidad (distancia al libro, balanceo, mnemotecnias sonoras) que hacían de ella un ejercicio pesado del que se eximía a los enfermos. En su conjunto, la lectura monástica era un medio a la verdad revelada, un camino ascético y una opción de vida. Illich llama la atención sobre el origen etimológico de página, que significa “filas de viñas” y de leer que viene de legere (cosechar, recolectar). Leer era un lento recorrido físico entre las filas de viñas, recogiendo cuidadosamente sus frutos [26, 27]. El cambio en el formato de la página que se consolida el s XII coincide con el surgimiento de la universidad en París. El estudiante y el profesor que prepara su clase constituyen un nuevo tipo de lector, muy distinto al “murmurador piadoso” del monasterio. El lector ahora lee en silencio, barre la página en busca de una idea o una cita, entra al libro por cualquier página y construye ideas nuevas por combinación de ideas anteriores. Las ideas ahora pueden concebirse como distintas al texto, flotando sobre él. El libro, de ser un registro de palabras, pasa a ser un registro de ideas. El lector ya no comienza por la primera línea del primer capítulo (incipit) ni se deja llevar por el flujo del discurso hasta el fin del libro (excipit). La estructura óptica de la página ahora le permite un rápido barrido, facilitado por nuevos elementos como el índice, los resúmenes o las palabras destacadas. Esta lectura “de referencia” generará un nuevo tipo de obras: antologías, compilaciones y diccionarios, dejando atrás la cultura monástica y dando origen a la cultura “escolástica”, de la que aún formamos parte. Desaparecen las metáforas como “viaje”, “recorrido” y “cosecha” para referirse al texto y comienzan a usarse otras: “bodega”, “tesoro”. Hoy usariamos “base de datos”. Illich da un excelente ejemplo del cambio al comparar una clase como las que hacía Hugo de San Víctor [28] a mediados del s XII con las de Santo Tomás [29] un siglo más tarde. Hugo lee en un libro de pergamino, Tomás en uno de papel. En la clase de Hugo los alumnos escuchan, en la de Tomás toman apuntes o siguen la estructura de la clase con esquemas preparados por el profesor y puestos a disposicion de los alumnos por el copista del colegio. Hugo lee de un volumen, Tomas lo hace de notas sueltas preparadas por él mismo. Hugo hablaba a sus alumnos; un siglo después, Tomás les daba clases. La cultura escolástica que conocemos queda así establecida el s XIII junto con la página y el libro. Será este objeto –ya definido– el que la imprenta se encargará de multiplicar y difundir desde el s XV, del mismo modo que la revolución industrial multiplicó, pero no inventó, las tazas de porcelana. En cuanto a la puntuación, el mayor aporte de la imprenta será la estandarización de los signos, más que su uso . En el siglo anterior a la imprenta, los humanistas –con su redescubrimiento de la retórica y los autores antiguos– darán impulso al género epistolar y con ello a una aproximación más personal a la puntuación. Estos énfasis –retórica y estilo personal– los llevará a una verdadera orgía creadora con la puntuación, que solo se detendrá con la imprenta. De esa “explosión” surgirán el paréntesis en el s XIV (usado en su forma actual por Erasmo el s XV) y el signo exclamativo a fines del s XIV. Algunos impresores humanistas aportarán otros signos útiles, como Aldo Manutius [30], que introduce el punto y coma en su forma y uso actual en 1494. Los siguientes hitos en la historia de la lectura serán la explosión de la lectura personal [31] en el s XVIII, comenzada en Alemania y la revolución tecnológica que estamos viviendo hoy. El texto, la voz y el libro eran una sola cosa hasta el s XIII, luego del cual el texto se independizó del libro. Hoy el texto, transformado en pies de fotos, titulares, flujos sobre la pantalla, ha vuelto a mutar, adoptando una fluidez sin precedentes. Su nueva metáfora está pendiente. |
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